Japi animación: noviembre 2020

viernes, 20 de noviembre de 2020

“Los niños van a volver a estar bien”.

Entrevista con la doctora Natalie Weder, MD. Psiquiatra sénior de niños y adolescentes del Child Mind Institute de Nueva York.

Luego de la pandemia, ¿van a volver a estar bien nuestros niños?

Dra. Weder: Nuestros niños definitivamente van a volver a estar bien. Este es un momento de estrés que afecta a cada persona de manera diferente, no solo por sus circunstancias, sino también por su fase de desarrollo, pero lo más importante, en general, para que los niños se mantengan bien, es que los papás estén bien. Si los niños no pueden ir a la escuela, no pueden ver a la familia o no pueden tener sus actividades diarias, es una causa de estrés. Pero mientras el niño vea que su rutina y estructura en la casa se mantiene con todas las variaciones que hemos tenido que hacer, pero que los papás siguen atentos y dentro de lo que se puede están presentes y tranquilos, la gran mayoría de los niños van a estar bien.

¿Qué cosas puede hacer la familia para darle soporte a estos niños?

Dra. Weder: Los niños para poder crecer tienen que mantener su sensación de estabilidad, entender que tienen un lugar claro en el mundo. Necesitan muchísima estructura. Si tú vas a una escuela, tú ves que tienen los horarios, el calendario y hasta el día que llevan del año por todos lados. En la mañana, la maestra les repite el programa del día. Eso demuestra que necesitan muchísima estructura para mantenerse tranquilos.

Dentro de lo que cabe, si los papás pueden recrear algo parecido en la casa, obviamente nadie puede convertir una escuela en la casa, pero al niño le dará mucha tranquilidad conocer las expectativas del día y tener una rutina, y hasta se pueden poner en papel. Allí se puede poner, por ejemplo, en qué momentos se va a hacer cierta actividad, cuándo va a haber descansos, los horarios en que mamá o papá tienen que trabajar y si van a estar accesibles.

Otra cosa que pueden hacer los papás es mantener un diálogo y una conversación honesta. Algo que es muy difícil en esta situación es que hay mucha incertidumbre. Nadie sabe cuándo se va a acabar, nadie sabe si va a haber otro tipo de coronavirus. Entonces todo esto a todos nos genera mucha, mucha ansiedad. Pero si los niños sienten que pueden seguir con sus preguntas y que las vamos a contestar, o que no hay pregunta que sea mala o pregunta que mamá, papá o el adulto en su vida no puede escuchar, se sienten mucho más tranquilos.

El problema es cuando los niños tienen miedo de hacer la pregunta o cuando, como no los queremos asustar, les ocultamos la verdad. Los niños se dan cuenta y eso les genera mucha ansiedad. Mantener un diálogo en la casa es muy importante. Sobre todo, con los niños, no es tanto lo que les decimos sino que los dejemos hacer preguntas.

Otro punto que pueden hacer los papás es, dentro de las limitaciones que todos tenemos de espacio y económicas, tratar de crear momentos en donde estamos todavía presentes. Puede ser que el domingo se mire una película o el jueves en la tarde le hablamos a la abuela o cocinamos juntos el lunes. Que los niños tengan algo que los emocione, porque mucho de lo que en general los emociona, que es ir a buscar a los amiguitos o ir al parque, mucho de esto no lo pueden hacer. Por eso es importante que todavía tengan algo que los mantenga animados, aunque sea chiquito, no tiene que ser algo grande. Simplemente la noche de película y cada semana escoge la película uno diferente, le puede dar mucha emoción a los niños; o sea, tratar de mantener un poco este entusiasmo dentro de la realidad y dentro de lo que todos podemos.

También los padres deben entender que entre mejor estén ellos, mejor van a estar los niños. Hay que reconocer que la situación en que estamos como padres es extrema; tenemos que trabajar, ser padres, no tenemos breaks como adultos. Tenemos que ser maestros, muchos tenemos presiones económicas, no tenemos el apoyo social tan cercano que en general tenemos.

Entonces, también dentro de lo que podamos, debemos darnos nuestro tiempo para nosotros mismos, reconocer cuando estamos demasiado ansiosos, reconocer cuando necesitamos una hora con la puerta cerrada y ver nuestro programa favorito de televisión o instalarnos en el baño y tomar un baño caliente. Hay que reconocer que como adultos también necesitamos apoyo, necesitamos ocuparnos de nuestro bienestar para poder estar más presentes con nuestros hijos.

Otro punto es crear momentos de interacción con familia o amigos. Una rutina en donde, por ejemplo, todos los lunes en la tarde le hablamos a tal tía, o los martes los primos juegan juntos un juego de internet para que se mantenga el contacto con la familia y los niños no se sientan tan aislados. O se puede hacer con el mejor amiguito de la escuela, con el vecino. Dentro de lo que se puede, mantener esta rutina de contacto, para que no seamos nosotros los padres la única forma de apoyo social y de conexión que sienten nuestros niños.

¿Cómo se hace para ser honesto con ellos, pero no dar información de más o transmitir preocupación? 

Dra. Weder: Ahí hay que considerar muchísimo la edad. Por ejemplo, con niños muy pequeños les das información muy básica: “Hay un virus y el virus es algo que es como…”. Muchos niños lo pueden relacionar a que han tenido una gripa o han tenido una enfermedad y hay que cuidarnos. Se les da información muy concreta. ¿Cómo nos cuidamos? Nos lavamos las manos, la mascarilla, y limitamos mucho la información en la televisión; cosas que los niños no lo van a poder procesar.

A los niños nosotros elegimos qué información les damos, les damos información muy concreta, y sobre todo escuchamos sus preguntas. Por ejemplo, yo tengo pacientes que me llegan y su pregunta más importante es, “¿Le puedo dar esto a mi perro?”. Para él es una pregunta importantísima y hay que contestársela, “Hasta donde sabemos, a los perros no les da coronavirus”, o sea, algo muy específico.

Con niños más grandes, no adolescentes pero la mitad, hay que compartir más información porque se dan cuenta: “¿Se puede uno morir de coronavirus?”. “Sí, uno se puede morir de coronavirus, pero la gran mayoría de la gente que le da coronavirus va a estar bien. Lo que te puede pasar es que te puede dar, dentro de lo que sabemos, fiebre, esto, lo otro, pero la gran mayoría de la gente va a estar bien”.

Ahora, también es importante dar una sensación de seguridad y esperanza, que son reales. Finalmente, esto es una situación muy difícil, pero es un virus. Sabemos qué podemos hacer. Si alguien mantiene medidas de seguridad, si alguien usa el cubrebocas, se lavan las manos y mantienen el distanciamiento social, hay una gran posibilidad de que van a estar bien, de que no les va a pasar nada. No es algo que esté completamente fuera de control del cual no sabemos ni de dónde viene ni qué hacer al respecto, pero es importante que los niños también sientan como que ellos están jugando un papel importante al tomar estas medidas y que esto, dentro de lo que cabe, se puede controlar.

También el hecho de que nadie sabe justo cuándo se va a acabar, pero se va a acabar. Nosotros sabemos que los virus responden a vacunas y la humanidad tiene años haciendo vacunas. Sabemos cómo se hacen, tardan tiempo, pero de que esto se va a arreglar, se va a acabar arreglando. También validar el que sí, es muy difícil no tener una fecha exacta. Es muy difícil para todos y lo entendemos.

La otra es con adolescentes. Con adolescentes hay que tener una plática mucho más como de adultos. Si ellos sienten que los tratamos como niños, se rebelan y ya no nos quieren escuchar. Ahí es mucho más como crear un diálogo, escuchar su punto de vista y tratar, sobre todo, de razonar con ellos, porque esta es la etapa más difícil. Entre más pasa el tiempo, los adolescentes que son tan impulsivos se desesperan. Ya quieren volver a ver a los amigos, ya no quieren seguir las medidas, y como que tratar de crear conciencia que ya pueden entender lo que está sucediendo.

Hablábamos de la importancia de la rutina, pero pareciera como que este virus y esta situación hizo que para todos sea importante ser flexibles. ¿Cuál es el punto medio?

Dra. Weder: Hay varios puntos ahí. Primero hay que reconocer que cada adulto está en una situación difícil. Hay gente que tiene más apoyo, hay gente que tiene más recursos, hay gente que vive en casa en vez de departamentos. Cada quien tiene una realidad diferente.

La otra es que todos estamos haciendo lo mejor que podemos. Puede ser que no sea suficiente. Si yo tengo un trabajo de tiempo completo muy probablemente no voy a poder estar sacando la tarea de mi hija al 100%. Esto es un momento más bien de estabilidad y como de supervivencia. No va a ser un momento en el que van a alcanzar su nivel académico más alto. No podemos tener todas las prioridades. 

Entender que cada uno está haciendo lo mejor que puede. Se puede tratar de establecer un vínculo con los maestros para que nos den todo el apoyo dentro de lo necesitemos. 

Por ejemplo, un niño chico, un niño de cinco, seis, siete, quizás tu único enfoque sea, por ejemplo, que pueda leer un poco más independientemente. Todo lo demás, si el niño no lo puedo manejar no va a ser la prioridad ahora. Ya después tendrá un tiempo de recuperar. Hay muchos veranos, hay mucho tiempo para recuperar, pero ahora es más que nada tener expectativas realísticas.

Al final de cuentas es mejor mantener la paz en la casa y mantener relaciones positivas, que estarnos peleando todo el tiempo por si acabó en la hoja número siete de la tarea o no acabó en la hoja número siete. Hay que tratar de usar refuerzos positivos. Todo el mundo ahorita está usando más los electrónicos, viendo más televisión porque simplemente no hay mucho más qué hacer, pero tratar siempre de primero el trabajo y después el juego. Si tú dejas que el niño vea la televisión antes de que haga la tarea o antes de que haga lo que le pidió la maestra va a ser muy difícil quitarle lo que le está dando mucha gratificación a lo que le causa esfuerzo. Tratar de usar todos los electrónicos como premios, “Si acabas la tarea–“, por ejemplo, decirles, “puedes ver–” – cada familia es diferente – pero ponle, “Media hora de televisión gratis, pero si haces tu tarea puedes ver 15 minutos más “. Trabajarlo para que los electrónicos se vuelvan algo positivo y una manera de reforzar lo que necesitamos que estudien o que aprendan en vez de que sea lo que hace todo el tiempo y se vuelva una cuestión de pelea.

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lunes, 9 de noviembre de 2020

5 formas de decir “no”, sin decir “no”

Según los expertos, un niño promedio escucha la palabra “no” 400 veces al día. El problema con la palabra “no” es que cuando se usa con demasiada frecuencia, los niños pequeños tienden a desconectarse después de un tiempo. Es decir, un “no” por sí solo no ayuda a tu niño a aprender qué hacer. Además, decir “¡no!” con una voz cada vez más fuerte, no va a ayudarlo a escuchar mejor tu mensaje. Por lo que los expertos recomiendan mejor usar frases positivas de disciplina y reservar los “no” para emergencias, como cuando tu hijo está en peligro. 

Aquí te presentamos algunas de estas alternativas positivas al “no” para que te puedas comunicar más efectivamente con tu pequeño.

Brinda explicaciones simples 
A los niños pequeños les cuesta seguir órdenes muy complicadas, pero las explicaciones simples los ayuda a comprender mejor. Por ejemplo: “Golpear la TV podría romperla”, “Eso es de mamá, no para niños”, “Juega aquí, (nombre de tu hijo). El fuego de la estufa es peligroso”.

Utiliza “Detente” o “Para” 
Cuando decimos “no” a un niño, lo que a menudo queremos que haga es que deje de hacer lo que sea que esté haciendo. Por eso, las palabras “detente” o “para” serían más apropiadas. Por ejemplo: “¿Qué tal si nos detenemos y pensamos en lo que debemos hacer para que todo esté bien?”, “Detente y piensa por un momento. ¿Es eso una buena idea?”.

Haz de las figuras de autoridad tus “aliados”
Dependiendo de lo que se trate, puedes mencionar a su médico, dentista, maestros, etc. Por ejemplo, si tu niño quiere comer M&M’S antes de la cena, puedes decirle: “Hmmm… no creo que podamos comer M&M’S antes de la cena, amor. Sabes qué, la próxima vez que veamos al Dr. X podemos preguntarle al respecto. Recuérdamelo, ¿vale?”.

Ofrece una alternativa
Si tu pequeño te pregunta si pueden quedarse más tiempo en el parque puedes decirle algo como: “Ya llevamos una hora aquí. ¿Qué tal si vamos a casa y pintamos un poco? Me di cuenta de que realmente te encanta usar esas nuevas pinturas”. O si te dice que quiere dulces, intenta con esta frase: “Ya comimos algunos dulces esta tarde, tomemos algunas fresas en su lugar. Tal vez podamos hacer un rico batido y triturar algunos cubitos de hielo también”.

Reformula lo que dices de una manera positiva
En lugar de decirle a tu pequeño “No, no toques eso”, intenta: “Sé que deseas tocar la lámpara, pero puede caerse y romperse. Por favor, solo mírala”. O, en lugar de: “No, no toques al gato”, intenta: “Recuerda tocar al gato suavemente”.

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Caries en bebés: ¿Cómo evitarlas?

Aunque tu bebé apenas tenga uno que otro dientecito, las caries podrían aparecer si no tomas tus precauciones. De acuerdo con expertos, las caries a temprana edad (antes del año, por ejemplo) suelen aparecer por los malos hábitos de limpieza, sin embargo, el principal culpable es el azúcar, y no hablamos de postres o caramelos: a veces las caries hacen su entrada gracias al biberón.

Más de una vez hemos puesto a dormir a nuestras criaturas con el tetero en la boca. Y a pesar de ser un “truco” efectivo para que logren conciliar el sueño, el azúcar propia de la leche (sea la que utilices) va penetrando en el diente de tu bebé, haciendo más probable el desarrollo de las caries. Algunos dentistas de niños también señalan que las bacterias que causan las caries pueden pasarse de la mamá al hijo (por ejemplo, cuando comes de la misma cuchara de tu bebé o limpias el chupete con tu saliva). 

Por supuesto que la dieta del pequeño influye: si toma jugos o consume frutas con frecuencia, si prefiere los cereales dulces o la típica galletita diaria para convencerlo de comer sus vegetales. Todas estas mañas conllevan a desmineralizar los dientes si no se mantiene una buena higiene bucal.

Bien sea que tu bebé tenga sólo un par de dientes, es importante cuidarlos. Los dientes de leche, aunque eventualmente se caen, abren paso a la dentadura adulta. Si se atrofian o se dañan (o incluso si se mudan antes de tiempo), tu hijo o hija estará más propenso a una vida de malestares en su desarrollo físico, mental y emocional.

¿Cómo identificar las caries en bebés?

-Usualmente los primeros dientecitos tienen un tono “puro”, es decir, un tanto blanco. Pudiera ser caries si notas que los dientes cambian a un color manchado, marrón o amarillento.

-Si ves que llora o empieza a gritar al consumir alimentos bastante dulces, calientes o fríos (por el impacto del azúcar o la temperatura en el “huequito” dejado por la carie)

-Lo más obvio: puntitos oscuros u orificios en los dientes. A veces resultan perceptibles a simple vista. 

¿Se puede prevenir o tratar?

¡Sí! Al igual que en los adultos, las caries tienen solución. De hecho, es más fácil prevenir las caries que tratarlas. Si sospechas que tu bebé tiene caries, lo mejor es llevarlo con un dentista pediátrico. Un profesional será el único que podrá determinar si es una carie superficial, si tu niño necesita más flúor o si es un daño más profundo. Mientras tanto puedes:

Limpiar con gasa las encías si tu bebé aún no tiene dientes.

-Una vez que los dientes empiecen a brotar, cepíllalos dos veces al día (al despertar y antes de dormir) y después de consumir alimentos dulces.

-Evita ponerlos a dormir con el biberón en la boca. De ser posible (y si pasa de los seis meses), quítale la costumbre de lactar o tomar leche durante la noche.

-No coloques leche condensada, azúcar o sirope en su chupete. Increíblemente, es una práctica que todavía se usa para “calmar” al niño.

-Si tienes caries, no utilices las cucharillas de tu bebé o limpies el biberón o chupete con tu saliva.

-Lo más esencial: limita o elimina el consumo de azúcar. Un jugo natural en las mañanas o un plato con frutas no le causará problemas. Pero si su dieta consiste en jugos comerciales, galletas o barritas de cereal, chocolate o caramelos, estás dándole paso a un camino de malos hábitos. 

Imagen vía Pixabay

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¿Por qué tu hijo pequeño puede beneficiarse con las siestas?

El sueño nocturno es importante, por supuesto, pero las siestas durante el día pueden ser muy vitales. Y es que son la clave para asegurarse de que los niños descansen las horas que necesitan todos los días. Además, hacen maravillas con la salud física y el estado de ánimo de los niños. Eso es bueno para ellos y para ti.

Pero echemos el tiempo para atrás. En 2015, los investigadores revisaron los datos y no sugirieron ningún beneficio real para persuadir a los niños de que no dejaran de eliminar sus siestas a medida que crecen. Pero más recientemente, la investigación en curso financiada por la Fundación Nacional del Sueño sugiere que al quitar una siesta de la tarde de los niños en edad preescolar y en el jardín de infantes, también podríamos estar limitando su capacidad de recordar lo que aprenden a largo plazo.

En el estudio, los investigadores dieron a los estudiantes de preescolar de seis escuelas una tarea de aprendizaje de la memoria por la mañana. Esos estudiantes tomaron siestas por la tarde todos los días durante una semana, pero se saltaron las siestas la próxima semana. Luego, los investigadores examinaron el desempeño en la tarea de memoria más tarde en el día para ver cuánto se retenía.

“Los estudiantes se desempeñan mejor si han dormido una siesta que si los mantenemos despiertos”, dijo en un comunicado Rebecca Spencer, profesora asociada de ciencias psicológicas y cerebrales en la Universidad de Massachusetts-Amherst y coautora del estudio.

En las tareas de memoria declarativa, cuando los estudiantes no tomaban una siesta, olvidaron el 12% de los elementos aprendidos en la mañana. Después de otro día sin una siesta, la brecha de la memoria creció al 18%.

Si bien es posible que no haya un enfoque único para determinar el horario de siestas de un niño, vale la pena considerar que la Academia Americana de Pediatría recomienda entre 10 y 13 horas de sueño (incluidas las siestas) para niños de tres a cinco años.

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El sueño nocturno es importante, por supuesto, pero las siestas durante el día pueden ser muy vitales. Y es que son la clave para asegurarse de que los niños descansen las horas que necesitan todos los días. Además, hacen maravillas con la salud física y el estado de ánimo de los niños. Eso es bueno para ellos y para ti.

Pero echemos el tiempo para atrás. En 2015, los investigadores revisaron los datos y no sugirieron ningún beneficio real para persuadir a los niños de que no dejaran de eliminar sus siestas a medida que crecen. Pero más recientemente, la investigación en curso financiada por la Fundación Nacional del Sueño sugiere que al quitar una siesta de la tarde de los niños en edad preescolar y en el jardín de infantes, también podríamos estar limitando su capacidad de recordar lo que aprenden a largo plazo.

En el estudio, los investigadores dieron a los estudiantes de preescolar de seis escuelas una tarea de aprendizaje de la memoria por la mañana. Esos estudiantes tomaron siestas por la tarde todos los días durante una semana, pero se saltaron las siestas la próxima semana. Luego, los investigadores examinaron el desempeño en la tarea de memoria más tarde en el día para ver cuánto se retenía.

“Los estudiantes se desempeñan mejor si han dormido una siesta que si los mantenemos despiertos”, dijo en un comunicado Rebecca Spencer, profesora asociada de ciencias psicológicas y cerebrales en la Universidad de Massachusetts-Amherst y coautora del estudio.

En las tareas de memoria declarativa, cuando los estudiantes no tomaban una siesta, olvidaron el 12% de los elementos aprendidos en la mañana. Después de otro día sin una siesta, la brecha de la memoria creció al 18%.

Si bien es posible que no haya un enfoque único para determinar el horario de siestas de un niño, vale la pena considerar que la Academia Americana de Pediatría recomienda entre 10 y 13 horas de sueño (incluidas las siestas) para niños de tres a cinco años.

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